La última publicación es del 2013. ¿Serían 10 años exactamente?
En el último viaje a Bogotá, en octubre del año pasado, me acordé de Chuck y Lorcan. Me sentía, como es costumbre, sola y cómoda. Sola y un poco triste. Estaba sentada en el área común de un hostal en Chapinero, y en una fracción de un tronco transformado en mesa, estaba una hoja de arce.
Antes pensaba todo el tiempo en las conversaciones entre Chuck y Lorcan.
Actualmente, le doy vueltas y vueltas a pensamientos intrusivos en mi cabeza. Me llevan a una estación donde me pregunto: ¿Por qué no puedo ser más relajada con la vida? ¿Por qué todo tiene que asustarme tanto? ¿Por qué no puedo ser como el agua, así como invita Bruce Lee?
A veces, en esa estación, alguien toma un micrófono y lee una lista de sucesos por los que agradecer.
Es una estación corriente, no está pasando mucho. Como dice la guía de meditación de Netflix y Moni, los pensamiento van y vienen. Me cuesta caminar. Estoy de pie. No sé si es el estigmatismo, pero todo pasa muy rápido y no distingo las formas. Me aferro a señales o pedazos de formas, compongo escenarios irreales, sujetos a mis creencias y a lo que he visto antes, lo que he escuchado, lo que mi codificación puede entender.
Aunque lo siento muy fuerte en mi interior, la sensación de angustia, la tensión en el cuerpo, la vista que pasa de un estado sólido a líquido, las despiertan simulacros irreales en mi cabeza.
Hoy cumple mi papá. Vinimos de un viaje a Bogotá. Decidí estar en la misma ciudad en la que tenía que trabajar él esta semana, porque el miedo me condujo ahí. El miedo me dice que agradezca donde estoy ahora. Ahora estoy bien. Si me arriesgo todo puede ser peor, me susurra.
Llevo 28 años viviendo con miedo.
"Para empezar yo diré que es el final
No es un final feliz, tan solo es un final
Pero parece ser que ya no hay vuelta atrás"