No se con que color escribir mis pensamientos. Así que solo
señalare que en este momento estoy reflexionando. Así como a veces me
pongo a hacer antes de escribir para ir
a dormir. Aun tengo sed. Aunque la señorita de la cafetería de ese sucio hostal
fue bastante gentil, se que mis papilas gustativas sufren de una intensa ola de
calor como la que yo experimento en este momento entre dos hombres atentos.
Ezequiel juega con sus manos. Se siente incomodo porque cree
que lo observo cuando me aburro de ver arboles al otro lado de la ventana, o
cuando reconoce que mi campo visual es más amplio de lo que el creía, y
entonces entiende que además de distinguir con claridad a los arboles, también
puedo enfocarlo a el.
Dionisio encendió el
radio. Suena a polvo y a tornillos sueltos. A pinzas oxidadas y a venta de
chatarras separadas del mercado. A veces creo que me quejo demasiado. O de
pronto le dedico mucha atención a las cosas que ocurren a mi alrededor. De
pronto tengo una mente superficial. Porque seguramente esas chicas que alguna
vez llame superficiales, por dedicarse tiempo a si mismas por más de veinte
minutos (sin por supuesto, cometer un crimen a la humanidad), no encuentran
interesante el sentido de reflexiones como estas. Entonces no se quejan de lo
que ocurre a su alrededor. Sus mentes trabajan de una manera selectiva que no
atenta contra el bienestar de nadie.
“Pero una vez te llamaron gorda”. “Y también orfanato de piojos”. Sí,
pero eso fue cuando coleccionar stickers de los cuadernos era un deber moral.
Seguramente esas chicas evolucionaron tanto como yo.
-Lydia: ¿Puede detener el auto?
-Dionisio: ¿Qué?
-Ezequiel: ¿Estas bien?
No puedo tolerar este asqueroso radio de mierda un segundo
más. ¿Podría estar bien?
-Lydia: Necesito algo de aire fresco (más espacio para tus 65 kg). ¿Puedo ir atrás?
-Dionisio: ¿Con los animales y la carga?
-Lydia: No tengo ningún problema.
(Ezequiel abre la puerta confundido ante la reacción
eléctrica de Lydia. La acompaña hasta la parte trasera y la ayuda acomodarse entre
los bultos de semillas y los cajones con huevos y gallinas)
-Ezequiel: Escucha, Dionisio tiene algo de prisa así que
seré muy breve. La ciudad esta a un par
de minutos de aquí. Podemos regresar y nada se habrá alterado. Encontrarás
comodidad y… todo seguirá igual. ¿Quieres continuar?
-Lydia: Escribiré. Es todo. Necesitaba espacio.
-Ezequiel: Vale. No olvides tomar algunas fotos.
Los dientes de Ezequiel. Sus dientes eran perfectos, como
los de un anuncio de pasta dental, o como los de una agencia de viajes que
invita a algunos perdedores a unirse a una hermandad en California. Sus dientes
no me dejaron dormir el día que vimos películas juntos por primera vez y la
habitación empezaba a congelarse porque llovía desesperadamente en el mundo
real. Sí. Cada vez que iba al cuarto de Ezequiel en la pensión donde se
quedaba, sabía que había cruzado la atmosfera del planeta tierra y que el resto
del sistema solar estaba cada vez más cerca. Quizás se debía a las muchas fotografías
que tenía adheridas a sus paredes, o por el olor a químicos fotográficos que
descuidadamente se habían adherido también a la pared. Cualquier cosa que
fuera, solo me hacía preguntarme porque había llegado hasta el universo de Ezequiel el día en que olvide cargar mi
reproductor para la universidad.
Me encanta como le vas dando forma a las historias... Ya estoy enganchada con esta y solamente hay dos entradas de ella. Siempre he admirado mucho tu estilo de escritura Jime.
ResponderEliminar¡Un abrazo enorme!