Es la primera vez que
me siento a escribir después de cinco horas de viaje. La ultima vez que me
quede observando algo, fue la silueta de una palmera que se divisaba monumental
del otro lado de mi ventana. La vi en la noche, cuando el silencio se torna denso
y mi respiración comienza a delatar mi activa presencia entre lo que no
distingo pero me observa. La palmera estaba allí inmóvil de nuevo.
Probablemente dormía, como todos los mortales estamos predestinados a hacer
cuando el reloj marcas las 12:30.
Cinco horas antes,
cuando todos en mi casa estaban atentos con algún programa de televisión
nacional, yo fingí dolor de cabeza y me encerré en mi dormitorio por un extenso
periodo de tiempo. El momento comprendió una serie de sentimientos nostálgicos
y melancólicos que en efecto engendraron en mi sienes, una migraña de culpa.
Ignorando las
debilidades del organismo, tomé uno de los bolsos grandes que guardaba en el
closet y deposité en el interior de este, una cámara, un diario, algo de ropa y
con necesidad prendas interiores, que me mantendrían por algunos otros meses,
señorita conservadora.
En el viaje solo
llevaría unas zapatillas, las más cómodas, y todos los ahorros reunidos en doce
años de conciencia económica infundida por mi abuelo.
Habíamos fijado partir
a las 3:30 am. Cuando el silencio aun se conserva y nadie, salvo los celadores
de la calle, moran al pendiente. El tenía veintitrés y yo dieciocho. Mi cabeza
aun esta llena de sueños inconclusos y determinaciones ingenuas. El error
estuvo el día en que no llevé mi reproductor cargado a la universidad, y tuve
que recorrer la extensión de camino ajena a acordes y voces musicales que mi
hermanito reclama como delirios. Recibir clases de piano diarias ya lo hacen un
experto critico en la materia. Los audífonos aíslan relaciones interpersonales.
Ese día yo conversé por primera vez con un compañero que no veía en ninguna de
mis clases.
Se trataba de un
sujeto amable de contextura delgada y pómulos pronunciados, que dictaba un muy
superficial taller, en sus propias palabras, de lenguaje técnico del cine.
Hablamos sobre algunas
películas y ya compartíamos usuarios de Facebook para enviarnos más
referencias.
Nos despedimos con un
apretón de manos en las escaleras de la universidad, y reconocimos por un instante
los caminos que ambos debíamos continuar de manera independiente. Yo aun
conservaba una sonrisa en los labios, incluso cuando regresé a casa y reconocí
que no tenía aun ninguna solicitud de amistad.
“Que hijo de puta” pensé, y luego me distraje observando y criticando
mentalmente cada una de sus fotos. De esas que presumía en flickr como un
experto en todo cuanto se relacionaba al tema.
Conductor: Vamos a detenernos un momento aquí.
(No hay nada interesante que decir del conductor. Tiene
varios años encima, y lleva una camisilla blanca que deja entrever los vellos
de su pecho)
Ezequiel: ¿Qué escribes?
Lydia: Mierda.
Ezequiel: ¿La estas cagando otra vez?
Los dos se rieron por unos segundos con esa reacción que en
realidad no refugia ninguna gracia autentica.
Ezequiel: Guarda eso un momento, que Dionisio dijo que nos
detendremos aquí.
Lydia: ¿Por qué?
Ezequiel: Seguramente fue a cagar, en su sentido más
literal.
Lydia: Yo tengo un poco de sed. ¿Dónde estamos?
Ezequiel: No se. Temía sacar la cámara con él ahí presente,
y me dormí en mi propio aburrimiento.
Lydia: La desconfianza ignorante en su máxima expresión… A
ver, ayúdame a conseguir una botella con agua, o me deshidratare el
pensamiento, y empezare a cagar palabras ofensivas.
¡Me ha encantado! Una nueva historia :')
ResponderEliminarAdoro tu estilo, ya sabes :D
¡Sigo muy muy muy feliz de que estes de vuelta!
¡Un abrazo!