31/1/10

Continúa sin nombre...

-Soy Susan…-respire hondo y volví mi mirada al suelo.

Antes de que pudiese conciliar otro pensamiento su mano esperaba ser correspondida en un apretón a pocos centímetros de la mía. La estreche y olvide por completo la idea de calificarla como una vampiresa encubierta.

Su mano era cálida y suministraba una entera aura de paz y tranquilidad, como si al estrecharla tus problemas se descartaran en segundos.

-Si sirve de algo quisiera disculparme por cómo los trate a ti y a tu hermano. Hoy no es mi día- admitió.

-Descuida tu no debes sentirte mal por todos tus pacientes.

Ingresamos al ascensor que nos llevaría hasta el destino el que no creía estar lista para encarar. La luz dentro de este parpadeaba proporcionando un toque lúgubre a la situación.

-Sucede todo el tiempo, tranquila- al parecer mi expresión delataba a un cien por ciento mi pánico…además de mí desgraciada situación-… Es lo único que el gobierno no ha logrado solucionar en la sala de emergencias.

El ascensor se detuvo y abrió la rejilla corrediza estremeciendo mis oídos con un chirrido ensordecedor. El aroma a café que se sostenía bajo mis fosas nasales (como una marca personal que no me abandonaría nunca) fue reemplazado por uno a alcohol y medicinas.

Nuestros pasos no se comparaban el ruido que producían las máquinas a las que los pacientes se ven conectados. Confesare que estas producen la más triste y melancólica sinfonía que escuche en mi vida.

Habitación número 318. Repito en mi memoria siempre que recuerdo a Granny Annie.

Maggie manifestó ademán para que tocara golpes sobre la puerta o en un acto más precipitado, ingresara al cuarto de una vez. Opte por la primera opción y mis leves golpes dejaron en claro mis pocos ánimos. Escuche ante la puerta a Samuel levantarse del asiento en el que velaría por Granny Annie tristemente.

El picaporte giró en segundos y frente a mis ojos un muchacho sin gracia con ojos rojos e hinchados y un cabello completamente desordenado se presentó.

-Lamento no haberte pedido que me acompañases, Sue- se disculpó permitiéndome entrar finalmente a donde temía-, creí que sería mejor que vieses a Granny por última vez, mañana…con más calma.

-Yo…-murmuro Maggie desde el exterior tomando entre sus dedos un lujoso bipper que ella veía con poca importancia y abundante odio escondido-… regresare a la recepción si necesitan algo solo…apriétenlo- señaló al interruptor que colgaba atornillado en la pared al extremo superior izquierdo de la cabecera de la camilla.

Su cabello oscuro como la noche y lo inexistente fue lo único que permitió se grabase en mi memoria por última vez. Ni Samuel ni yo logramos despedirnos de su cálida amabilidad.

-Al menos murió en paz, ¿no lo crees?- indujo Samuel despertándome de mis distracciones. Desde que había cruzado la línea que separaba la habitación (la realidad) del pasillo (el escondite) no me había percatado de la presencia ausente de Granny Annie yacida tan pacíficamente sobre su oscuro lecho.

Nunca dejaba sus perlas de origen europeo en casa…

“-Veras Susanne, (así solía llamarme mientras jugábamos a las cartas a avanzadas horas de la noche, próximas a la madrugada y al nuevo día) estas perlas se irán conmigo hasta la tumba…

-¿Por qué Granny?- siempre cuestionaba estúpidamente-. Sabes que Dios nos acepta por como actuamos en vida y no por nuestras posesiones, no te servirán de nada.

-¿A no?- su risa intrépida ahogaba el humo de su cigarrillo en la habitación-: Moriré con ellas, es un hecho. Es lo más preciado que aún conservo de mi juventud.

-¿Es París tan hermoso como tú dices, Granny? O… Son solo cuentos.

-Insolente- murmuraba y terminaba la partida siempre llevándose la victoria. Sus imperfectos dientes amarillos manifestaban una sonrisa que siempre considere encantadora y así…dejaba la taza de té vacía sobre el suelo y se marchaba hasta su habitación a reproducir sus discos antiguos.

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