14/5/10

(Horas posteriores al caprichoso incidente, escuche desde mi habitación, el estruendo que provocaban un par de libros pesados, en el interior del vestíbulo. Me importaba poco lo que sucediese en el exterior. Retorcí un poco mi figura y cambie de posición. Las almohadas impedían que respirara bien, pero al menos me obstaculizaban pensar en tantas cosas al mismo tiempo.

-Ginnevra- la dulce voz de mi madre traspaso la madera. Ingresó sin ninguna autorización a mi pequeño refugio y susurró a mí oído el nombre que había decidido concederme:- ¿Ginny? El profesor te espera en la biblioteca. Tu padre se enojara si lo haces esperar más de lo debido. ¿Ginny? Continúa con esta actitud y terminaras sola… como un verdadero vampiro.

Solo me percate de su ausencia cuando el silencio me abrazo por completo. ¿Cuántas horas habrían pasado desde lo que considere como una discusión? ¿Continuara, el profesor Lorkwood, esperándome, acompañado de una taza de te vacía? Nuevamente me importaba poco.

El único propósito que guiaba mis pensamientos, era el mismo que emprendí el día en que como una pequeña espía, observe una transformación. Para mí, para mi pequeño e inmaduro razonamiento, para mi débil y al mismo tiempo fuerte y terco carácter, será recordado como la más fascinante de las experiencias; y ahora, mientras contemplo el alto cielorraso de diseños ornamentados y barrocos, temí de no llegar a tal nivel jamás.

-Ginnevra, no quisiera interrumpir tu sueño, ni mucho menos, incomodarte…en lo absoluto- solo alguien emplearía a la perfección y de un tono sutil, todos los anteriores términos en una misma oración: el profesor Lorkwood-; más sin embargo, deseo invitarte a un modesto paseo, ¿Qué opinas?

El profesor Lorkwood no merecía ninguna especie de rencor o rechazo. Me asegure de responder a su petición con un “me resulta esplendido” lo suficientemente creíble y solicite de unos cinco minutos, aproximadamente, para arreglar en lo que fuese posible, mi decrepita apariencia. El profesor asintió con un “te esperare en el primer jardín”.

Antes de que mi cabello decidiera jugar con el viento (he descrito esto así, pues en el instante en que la ráfaga de aire recorre y acoge tu rostro, comprendes que te encuentras en un espacio totalmente paralelo al clima oscuro y sanguinario del castillo) el profesor me ofrecía su mano para guiarlo por el desconocido territorio. El señor Lorkwood, un hombre de semblante arrugado y con una constante y fija expresión de preocupación y rastros de sabiduría, sonrió al contacto de mi mano con la suya.

Había perdido la vista a muy temprana edad, pero no encontró en esta mala fortuna, un obstáculo. Yo sin embargo, entiendo que mentir hace a los demás sentirse correctamente bien o quizá hace sentir cómodos a los propios mentirosos.

-¿Alguna novedad querida mía?-pregunto simulando analizar una rosa marchita. Una de las atrevidas espinas creyó que penetrar su desgastada carne sería buena idea y llevó acabo su mortífero acto. El hombre se estremeció. No obstante, solo llevo su dedo afectado (el dedo índice) al interior de su boca.

-Mis padres decidieron finalmente, señor.

-¿Y qué han decidido?

Mi silencio bastó para responder su inocente pregunta. En exactamente dos meses, partiríamos a Londres. Cesarían las visitas del profesor y mis aventuras en este castillo no serían más que gratos recuerdos.

-A veces, debemos sacrificar cosas preciadas, por el gusto de un ser querido. Pronto, ya veras, como tu recompensa vale más de lo que encuentras invaluable. Sabias palabras las que te digo, Ginny. Las ha escuchado un niño pequeño, hace mucho, de un sabio consejo que su abuelo le transfería en un invierno hostil. Hoy quisiera que tú las conservaras entre tus memorias.

Asentí y continuamos por el sendero repleto de hojas secas.

El jardín lucía más solo, triste y melancólico que nunca. Es una fortuna que el profesor carezca de vista pues sus ojos han de marchitarse con tan poco agradable paisaje.

-Hoy preferiría que nuestras lecciones se basasen en conocimientos diferentes a los que estoy acostumbrado a impartirte. ¿Sabes por qué te he traído aquí? ¡Por supuesto que no!-negué con la cabeza, al tiempo en que como una blasfemia, escupió la exclamación- ni la raza más avanzada ha logrado desarrollar dicha habilidad mental de reconocer los motivos por los que…- se sacudió la gabardina y regresó a su tono habitual-: Mi error… querida mía, me he mojado los labios con agua prohibida. Volveré con lo que venía, ¿Sabes…o tienes idea de por qué…?

-No, señor- corte su largo discurso con un instantáneo no.

-Es totalmente lógico. Escucha y por favor, mantén tu atención a aquí, ¿quieres? La razón por la cual decidí emprender esta amena caminata es por un simple capricho que se elevó flotando por mis sistemas internos hasta mi mente. ¿Reconoces esa sensación, Ginny?

-No, señor- mentí.

-Entiendo. Una pregunta más Ginny, que me inquieta desde el instante en que converse por primera vez contigo, en esa tarde hace… mucho, ¿recuerdas?- asentí-: ¿Cuándo comprenderás que reconozco tus mentiras?

Aunque es casi imposible que perciba claramente mi reflejo, supuse que mis mejillas se sonrojarían involuntariamente.

-Es hora de irme, fue un verdadero placer conocerte, Ginnevra. Estoy seguro que llegarás lejos- dibujó una sonrisa en sus labios y apagó el estrepitoso reloj singular con el que cargaba a cualquier lado. Se acercó delicadamente hasta mi frente y selló esta con un eterno y paternal beso.

¿Por qué la felicidad es tan perecedera?


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