16/12/11


-Acompáñame Chuck, por aquí-Lorcan finalmente despidió la compañía del joven comprometido con sus labores diurnas, y recobró su marcha introduciendo una llave en la cerradura de metal oxidada para abrir la cerca.

-Lorcan…no me gustaría sonar como una mujer de muchas peticiones pero en el tren-apuntaba al ritmo en que esquivaba las hojas amontonadas y las ramas secas de arboles próximos-, se acordó cierta retribución de tu parte, en función de mis estudios, el motivo original por el que venía a Inglaterra, ¿recuerdas?

-Por supuesto- asintió acentuando su nivel de lealtad y cortesía-, le he pedido a Ginny que se responsabilice de contactar a un sabio en la materia del aprendizaje. Alguien que justamente conocemos muy bien. No obstante, ¿dispondríamos de alguna sugerencia de tu parte? Porque un trato es un trato-sonrió ingenuamente.

-Bien, de hecho-expuse con timidez-, ya que lo mencionas, podría enviarle una correspondencia al profesor Molony, solicitando su asistencia educativa o tutoría personalizada, que recibe curiosamente en mi hogar referencias brillantes.

Mi padre trabajó junto a él alguna vez impartiendo conocimientos y argumentos que perfilaban una interesante relación entre la magia y la ciencia, contribuyendo a la justificación científica de lo que muchos calificaban en los tiempos modernos como una serie de conjuros infantiles que evocaban la imprecisión de la Edad Media. Lo cierto es que aquello que los humanos no distinguen, ha existido allí siempre desde el origen del mundo. No solo los testamentos religiosos y las teorías evolutivas ilustran las concepciones de los orígenes de la vida. Rebosan criterios de magos y brujas que registraron sus fundamentos y percepciones milenios atrás, en libros que la humanidad estima de prohibidos o poco objetivos. Pero, ¿no es en su mayoría todo relativo?

-Entonces nos comunicaremos en cuanto antes con él- Lorcan resolvió con semblante decidido y expresión amigable.

A continuación, nos vimos acompañados por arboles que determinaban el sentido del sendero por el que cabalgaban ágilmente caballos impulsando la eficacia de coches cómodos y prácticos para el transporte entre las villas. El esfuerzo físico del mamífero trabajaba bajo la manipulación de cocheros acostumbrados al oficio como producto de la experiencia. El viento desorganizaba los mechones de mi cabello y algunas hojas crujían debajo de mis zapatos al imponerse el contacto de los mismos con la superficie. Otras en cambio, resolvían caer libremente sobre nuestras cabezas.

-¿Qué implica ser tu “fracción de sangre”?-indagué con curiosidad, distinguiendo el sentido de los términos orientados a la previa conversación que habíamos sostenido junto al jardinero.

-Preferiría ilustrarte en el asunto en otro lugar más prudente- pronunció sin desplazar la vista del horizonte.

-Esta es una oportunidad y un espacio prudente para aclarar inquietudes sin resolver, si es de tu aprobación, claro- insistí con determinación.

-En el tren-suscito su tesis sin despertar mucho interés por argumentarla-, consideraste por un instante lo que éramos Ginny y yo, ¿no es así? Advertiste tus especulaciones cuando el incidente se salió de nuestras manos, momento protagonizado además por las conductas violentas y sorpresivas de mis hermanos. Admito que eso incito mi interés en tu manera de proceder, pues tus interpretaciones claramente son brillantes y ágiles. Elemento necesario hoy en día. Sin adjuntar a la descripción positiva de tu identidad, la serenidad que gobierna tu temperamento. Es… inusual. Reconociste entonces que soy un vampiro porque has venido enfocándote en los patrones representativos gracias a una fuente que si bien es de fines literarios, constituye una marco valido de certezas. Mi padre y el caballero Abraham Stocker, compatriota tuyo por cierto, cruzaron palabras en una celebración familiar donde tuvieron la oportunidad de conocerse.

Intervenía con un estilo particularmente misterioso este sujeto-rió confiando su observación en la mía. El sol tenue y su ausencia depositaban un brillo especial en sus pupilas.


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