15/12/11


Una señorita sostenía un paraguas bajo la lluvia. A su lado, un auto cruzaba la vía pacientemente, disfrutando de la oscuridad del día. La anciana del otro lado, determinaba su atención a un punto fijo que establecía como línea de horizonte.

Mi abuelo había fallecido joven. Mi abuela lo mencionó o como mi mamá dice, lo invocó despertándolo de su paz eterna, un día que lloraba melancólicamente justificando la depresión de mi tío, un escritor con una narrativa tan propia de si, que transfiere a sus cuentos un espíritu personal o único.

Mi tío había discutido con mi padre, su hermano, y con mis tías, quienes se limitaban a llorar por
sus comportamientos descorteses. El apartamento era oscuro y no podía distinguir correctamente como se incorporaba el sujeto de su sillón. Acomodaba sobre su tabique el marco de unos lentes perfectamente intactos. Era ridículo admirar como a través de los años sus lentes no registraban ni el residuo de un rasguño.

—Despertaste, buen día-sonrío mientras mojaba sus labios entumecidos por el frio, con una sustancia que olía decididamente a café amargo.

— ¿Qué ocurre con la calefacción, tío Piero? —indagué soñolienta.

—Me gusta el frío. Moviliza el flujo de ideas en mi interior—bromeó—. Maya por cierto, hay algo que no compartí contigo en el correo electrónico, no se como cocinar, así que te resultara sencillo reconocer la ausencia de comidas aquí, o en su defecto, la existencia de las mismas si te propones prepararlas.

—Descuida. Los ayunos son productivos—sonreí cálidamente—. ¿Qué consumes tu entonces?

—Se prepararme un café. De mi nutrición se encargan las cafeterías próximas a este incómodo sitio. Es un repugnante apartamento, ¿no es así? Debo destinar la mayoría de mis ahorros al pago de servicios y cuentas eléctricas, dado que es casi imposible contemplar algo aquí sin la asistencia de unos buenos bombillos, los cuales además debo añadir, terminan estropeados o victimas de cortos circuitos esporádicos.

—Todo apunta a que no vives muy bien. O… te cuesta aferrarte a aprender como hacerlo con pequeñas cosas que normalmente conducen a la felicidad.

¿Cómo podría constituir mi felicidad si apenas puedo sentarme frente a mí maquina de escribir para reproducir algunas teorías porque no puedo observar con claridad ni la palma de mi mano?

—Cierto, tu modo operativo consiste en "escribo, luego existo". Lo olvide. Me disculpo. Me bañare si no te importa, debo resolver algo con anticipación en la universidad.

—Adelante. Me agradó recibir tus buenos deseos en la mañana.

Así era el, ajeno a cualquier sencillez eventual y a la idea de prolongar su felicidad con pequeños detalles. Arrogante por naturaleza y criado bajo una atmosfera de superioridad involuntaria, que por supuesto aprendí a respetar tolerar, con los años.

Un sujeto de mirada cansada y adicto a la compañía de cigarros singulares que conseguía en la soledad del Centro. Victima de la depresión artística y aficionado a la música romántica. Quien compartía conmigo relatos que jamás ningún otro aficionado alcanzaría a descubrir en sus escritos, más por vergüenza personal de el a que sean publicados por editoriales incompetentes o amigas. Un individuo que se reía de mí cuando le anunciaba que dedicaría mi vida al servicio y comodidad de las personas porque me agradaba servir café y recibir ordenes en los puestos de comida de mi ciudad natal; ciudad que recibía constantes quejas de su parte por comprender desorganización e inestabilidad progresiva. (Pero que se consigue como resultado de la corrupción y a la tan estimada desigualdad social, genio! Postúlate a la gobernación del departamento entonces!). Si el mundo supiera que se reía de mí ideología, y desaprobaba mi proyecto de vida porque en una de sus aventuras había conquistado a una mesera que practicaba inconcientemente un mecanismo de satisfacción absoluto para hombres mayores y curiosos como el. Pero entre mis objetivos no figuraba ser una prostituta. Retribuiría mis esfuerzos honestamente.El chico que sostuvo armas desde pequeño y era aficionado a la música de Pink Floyd, así como yo. El amante de Paris y un aprendiz de tango. Jugador de ajedrez. Ese individuo me caía bien después de todo y simultáneamente le tildé de estúpido y malgeniado, porque se le dificultaba concebir que no comía lo mismo que el.

Hoy tolera al menos para mi beneficio, que hace mucho deje de comer.




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